Por Mohamed Jamil Derbah
Presidente del Partido Fuerza Canaria
Presidente del Grupo de Comunicación Sol de Canarias
Empresario turístico. Consejero del Primer Ministro de Guinea-Bisáu
Asesor de gobiernos africanos en materia de desarrollo y cooperación
Opinion/ Editorial
En un mundo que parece estar al borde de la explosión, los recientes conflictos que han escalado entre Irán, Israel y Estados Unidos nos obligan a reflexionar de manera urgente sobre las graves consecuencias de la guerra. Los ataques a las instalaciones nucleares de Irán por parte de las fuerzas estadounidenses, con el respaldo tácito de Israel, han agudizado las tensiones en una región ya marcada por décadas de conflicto. Este es un momento crítico para la diplomacia global, un instante en el que debemos detenernos y preguntarnos: ¿Realmente queremos seguir alimentando el ciclo de violencia? ¿Realmente podemos permitir que la guerra dicte el futuro de nuestros pueblos?
El ataque aéreo dirigido a las instalaciones nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán, llevado a cabo por Estados Unidos con la finalidad de desarticular el programa nuclear iraní, ha sido calificado como un “éxito militar espectacular” por el presidente Donald Trump. El mandatario estadounidense, en un tono desafiante, advirtió a Irán de que futuras represalias no solo serían inevitables, sino que serían mucho más destructivas. Esta escalada de violencia está lejos de ser la solución. Aunque el gobierno de Estados Unidos sostiene que su acción fue un acto legítimo de defensa, lo cierto es que ha generado una espiral de incertidumbre que no hace más que agravar una crisis regional ya de por sí volátil.
Las repercusiones de este ataque no solo afectan a la relación de Irán con Estados Unidos, sino que también tienen un impacto profundo en Israel, cuya posición en este conflicto ha sido clave y que, al parecer, ha avalado la agresión como parte de un esfuerzo conjunto para frenar el desarrollo de armamento nuclear iraní. Sin embargo, esta estrategia de confrontación directa con Irán no solo pone en peligro la estabilidad de Medio Oriente, sino que también tiene consecuencias globales que afectarán a todos los países del mundo, especialmente aquellos con intereses económicos y geopolíticos en la región.
Es vital reconocer que, aunque el discurso de guerra puede resultar tentador en momentos de crisis, la paz nunca debe ser vista como un simple ideal lejano, sino como una urgencia. Los ataques perpetrados por las fuerzas estadounidenses y la amenaza de futuros bombardeos solo están incrementando la violencia y sembrando más odio y desconfianza entre los pueblos. La intervención militar, aunque justificada en ciertos términos de seguridad nacional, no puede ser la única respuesta a las tensiones que enfrentamos. La solución, si queremos un futuro duradero y libre de conflictos, pasa inevitablemente por la mesa de negociaciones.
Este es el momento de la diplomacia. Los países involucrados, así como la comunidad internacional, deben poner el foco en las negociaciones y el diálogo, en lugar de aferrarse a la lógica de la guerra como última respuesta. La violencia, lejos de resolver los problemas, solo genera más víctimas y más división. Irán, Israel y Estados Unidos tienen la responsabilidad de anteponer la razón y el entendimiento por encima de las armas.
La historia nos ha enseñado que, incluso en los momentos más oscuros, la paz es posible si se apuesta por la diplomacia. Debemos trabajar incansablemente para que el futuro de nuestros hijos no esté marcado por la tragedia y el sufrimiento de la guerra, sino por la oportunidad de un mundo más estable y justo. Ya es hora de que la comunidad internacional dé un paso adelante, utilizando todos los recursos posibles para desescalar este conflicto, restaurar la confianza y asegurar que la paz no sea una promesa vacía, sino una realidad alcanzable.
En lugar de seguir escalando el conflicto, los gobiernos deben utilizar la presión de las sanciones económicas de manera más inteligente, para obligar a los actores implicados a sentarse y buscar soluciones mediante el diálogo. La diplomacia, el entendimiento mutuo y la cooperación internacional son las únicas vías viables para salir de este ciclo de destrucción y abrir paso a una convivencia pacífica. Es hora de reconocer que la paz es el camino más difícil, pero el único que puede garantizar la estabilidad para todos.
El futuro de Medio Oriente y, por ende, del mundo entero, no puede ser decidido por más bombardeos y más intervenciones. La verdadera victoria será la que logremos en las salas de negociación, donde la paz sea la verdadera ganadora. Es urgente, más que nunca, que los líderes mundiales se comprometan a frenar la violencia, a construir puentes de diálogo y a garantizar un futuro en el que las armas no definan nuestro destino.
Ahora es el momento de la acción, y esa acción debe ser por la paz.