La cumbre en La Haya evidencia un bloque occidental determinado a reforzar su defensa frente a Rusia, pero también revela fisuras internas y una estrategia aún indefinida sobre Ucrania
La cumbre de líderes de la OTAN celebrada en La Haya ha dejado claro que la Alianza Atlántica se enfrenta a un momento crucial. El conflicto en Ucrania, ya en su cuarto año, no solo ha redefinido la seguridad en Europa, sino que ha ampliado el campo de juego geopolítico con nuevos actores China, Corea del Norte e Irán respaldando directa o indirectamente a Moscú. La OTAN, por su parte, se reorganiza, se rearma y busca reafirmar su papel en un escenario internacional cada vez más complejo.
Uno de los momentos más simbólicos de la jornada fue la reunión entre el presidente de Estados Unidos y su homólogo ucraniano. Con un tono informal, el mandatario estadounidense comentó que “Zelenski es buena gente, supongo que hablaremos de Ucrania”. Un enfoque que contrasta con la gravedad del conflicto y con los llamamientos a una mayor inversión en defensa realizados durante el encuentro por los principales líderes europeos. El secretario general de la OTAN reiteró la necesidad de incrementar el gasto militar, situando como objetivo el 5% del PIB, en vista de la amenaza estructural que representa Rusia y sus aliados.
La jornada también estuvo marcada por una intensificación del enfrentamiento militar. Ucrania y Rusia intercambiaron una nueva oleada de drones: Moscú afirmó haber destruido 40 aparatos ucranianos en varias regiones y en Crimea, mientras que Kiev reportó la interceptación de 52 de los 71 drones lanzados por las fuerzas rusas. La captura por parte del ejército ruso del asentamiento de Yalta, en la región de Donetsk, refuerza su presión en el frente oriental.
En paralelo, Reino Unido anunció un nuevo paquete de apoyo militar a Ucrania, con el envío de 350 misiles de defensa antiaérea financiados mediante intereses generados por activos rusos congelados. Una señal clara de que, al menos desde Londres, la voluntad de sostener el esfuerzo bélico ucraniano permanece firme.
Sin embargo, no todos los líderes aliados comparten una visión homogénea. El primer ministro de Hungría expresó abiertamente su escepticismo, asegurando que la OTAN “no pinta nada” en Ucrania, y minimizando la amenaza militar rusa en favor de preocupaciones económicas. A su juicio, el mayor peligro para Europa no es la guerra, sino su pérdida de competitividad en el comercio global.
Este enfoque divergente contrasta con la postura de Países Bajos, cuyo jefe de gobierno calificó como una “ilusión” la posibilidad de normalizar relaciones con Rusia tras la invasión de Ucrania. Para este país, la amenaza rusa ha roto definitivamente con la visión de una Europa posbélica y cooperativa.
Por su parte, desde Moscú, la retórica también se intensifica. Un alto cargo del aparato de seguridad ruso describió a la Unión Europea como una “amenaza directa”, elevando la tensión y reforzando la idea de que, para el Kremlin, la integración de Ucrania en el bloque comunitario representa una línea roja inaceptable.
La escena internacional es, por tanto, la de una OTAN que se rearma y se afirma, pero que aún no logra articular una narrativa común ni una estrategia clara. La guerra en Ucrania ha dejado de ser un conflicto regional para convertirse en una pieza central del nuevo orden mundial. Las decisiones que se tomen o no se tomen en foros como esta cumbre, marcarán el equilibrio global durante la próxima década.