“Cada historia de migración es un testimonio de valentía y amor por la familia en busca de un futuro mejor.”
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Editorial / opinion
Mohamed jamil Derbah, Consejero Especial del Primer Ministro de Guinea-Bisáu
En un mundo interconectado, donde las fronteras físicas parecen desvanecerse, los movimientos migratorios son un fenómeno que nos recuerda la esencia de lo que significa ser humano. A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo las personas, impulsadas por el deseo de ofrecer un futuro mejor a sus seres queridos, han tomado decisiones valientes y, a menudo, arriesgadas. Este deseo de superación es tan antiguo como la humanidad misma y, lamentablemente, a menudo está marcado por circunstancias desgarradoras.
Los migrantes africanos, en particular, enfrentan retos inmensos. Muchos huyen de conflictos armados, hambre y condiciones de vida insostenibles que amenazan su existencia. Es importante no perder de vista que estas decisiones no se toman a la ligera. Quienes cruzan océanos y desiertos lo hacen con la esperanza de encontrar un lugar donde sus sueños y aspiraciones puedan florecer. Son personas que, ante el peligro, eligen la vida y la dignidad, y no deben ser vilipendiadas por buscar lo que todos deseamos: seguridad y oportunidades para nuestras familias.
Es fundamental recordar que todos hemos sido migrantes en algún momento, ya sea en busca de una mejor vida en una nueva comunidad, entre países vecinos o incluso entre continentes. Cada uno de nosotros puede tener historias familiares de migración que nos conectan con este fenómeno global. Al entender esto, podemos desarrollar una mayor empatía hacia quienes se encuentran en situaciones difíciles.
El diálogo sobre la inmigración, sin embargo, a menudo se ve empañado por el miedo y la desinformación. Es natural sentir preocupación ante lo desconocido, pero es esencial que no permitamos que el miedo nos lleve a discriminar o estigmatizar a quienes buscan una vida mejor. En lugar de construir muros, deberíamos construir puentes, fomentando un diálogo abierto y respetuoso. Esto implica escuchar las historias de quienes migran y reconocer sus luchas y sacrificios.
La solución a los desafíos migratorios no radica en rechazar a los inmigrantes, sino en gestionar adecuadamente el flujo migratorio de manera humana y ordenada. Debemos trabajar juntos para establecer políticas inclusivas que aborden las necesidades de quienes llegan a nuestras comunidades, al mismo tiempo que se protegen los derechos de los migrantes y se asegura el bienestar de las comunidades receptoras. La tolerancia y la receptividad son esenciales para crear un ambiente de convivencia en el que todos podamos prosperar.
Es crucial que enfoquemos nuestra atención en encontrar soluciones colectivas y compasivas que reconozcan la dignidad de cada individuo. En este sentido, debemos centrarnos en la humanidad compartida que nos une, en lugar de buscar culpables por problemas complejos. Abrir nuestras puertas y corazones a quienes buscan un nuevo hogar no solo fortalece nuestras comunidades, sino que también contribuye a un mundo más justo y equitativo.
La historia de la humanidad es, en su esencia, una historia de migración. Abracemos esta realidad y aprendamos a mirar más allá de las diferencias, para construir un futuro en el que todos tengamos la oportunidad de prosperar. Al final del día, cada uno de nosotros tiene el poder de ser un agente de cambio, fomentando un entorno de apoyo y comprensión hacia aquellos que, en busca de un mundo mejor, ponen en riesgo sus vidas.