Mohamed Jamil Derbah (*)
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Estamos a las puertas de una guerra civil, donde por ahora el único ganador es Israel y debemos contemplar que las únicas víctimas será el pueblo sirio, su vida, debemos proteger las vidas de todos, incluidos niños y niñas, no podemos entregarnos a cuestiones políticas, hay que pensar en las posibles víctimas que se pueden producir.
Por eso en la Siria que despierta estos días de casi 14 años de guerra civil y medio siglo ee dinastía dictatorial de la familia El Asad, Mohamed, el pueblo celebraba en la plaza de los Omeyas de Damasco, junto con miles de personas, haber recuperado “la libertad y, sobre todo, la dignidad”, tras años midiendo cada palabra por miedo a ser arrestado por los servicios de inteligencia.
Bachar el Asad, cuya caída le deja ahora al albur de un Gobierno interino liderado por Hayat Tahrir El Sham (HTS, un grupo que viene moderando notablemente sus postulados, pero que proviene de la rama siria de Al Qaeda) y, sobre todo, de jóvenes como los que pasan en ese momento por la calle gritando “¡Alá es el más grande!”.
Sus voces son la prueba de que una cosa es gobernar la monocolor Idlib en tiempos de guerra y otra, construir la paz en una Siria arruinada en la que las diversas etnias y religiones se han posicionado, en términos generales, en uno u otro bando del conflicto durante una guerra cruel que se cobraron al menos medio millón de vidas.
El reto estará liderado, a corto plazo, por el nuevo primer ministro, Mohamed Al Bashir. Ha asumido la jefatura del Gobierno de forma interina, para liderar una transición hasta marzo de 2025. Es una especie de copia y pega de Idlib, el reducto rebelde del que partió la ofensiva.
Ocupaba allí el cargo, en unas condiciones completamente distintas: era la provincia del noroeste donde vivían apelotonados tres millones de personas, de las que dos tercios eran desplazados de otras partes del país. Y donde Hayat Tahrir El Sham comenzó a construir una suerte de administración propia (expidiendo documentos de identidad, estableciendo tribunales…) a la vez que preparaba la operación en secreto, ayudado por Turquía, que perjuraba a sus interlocutores que nada se cocía allí. No impuso con dureza la ley islámica en Idlib.
Desde entonces, el grupo se esfuerza en proyectar una imagen de moderación. Sus comunicados no podrían sonar mejor en los oídos de las minorías del país y en las cancillerías occidentales. Se comprometen a colaborar para la identificación de las armas químicas que el régimen de El Asad empleó contra la población. E insisten, por enésima vez, en que protegerán a las minorías y castigarán judicialmente a quienes los dañen a ellos o a sus propiedades.
Esperemos que la cordura llegue a Siria y evite este posible camino al infierno.
(*) Asesor del primer ministro de Guinea Bissau


