Actor icónico, director premiado con el Oscar y creador del festival de Sundance, Redford deja un legado que trasciende la pantalla: independencia creativa, compromiso social y una vida marcada por la búsqueda de autenticidad.
Soldecanarias.net / Redacciòn
Hollywood pierde a uno de sus nombres más grandes. Robert Redford, actor, director, productor, activista y fundador del Festival de Sundance, falleció este martes a los 89 años en su casa de Provo, Utah, mientras dormía. Su muerte marca el final de una era para el cine estadounidense, no solo por sus inolvidables papeles en películas como Dos hombres y un destino, El golpe o Todos los hombres del presidente, sino por haber transformado la forma en que el mundo entendió el cine independiente.
Redford fue mucho más que un rostro en la gran pantalla. Su nombre quedó ligado para siempre a la independencia creativa a través del Instituto Sundance, plataforma que abrió la puerta a toda una generación de cineastas —de Steven Soderbergh a Quentin Tarantino— que encontraron en ese espacio la posibilidad de mostrar historias diferentes, arriesgadas y alejadas de los grandes estudios.
Su carrera estuvo marcada por una dualidad constante: la del galán rubio y magnético que conquistaba al público con Paul Newman en los setenta, y la del hombre inconformista que se empeñaba en escapar del encasillamiento y explorar su lado creativo detrás de la cámara. Esa faceta le valió un Oscar a la mejor dirección por Gente corriente (1980), película que sorprendió por su intimismo y sensibilidad.
Más allá de las luces del cine, Redford se convirtió en una voz política y social. Fue un activista medioambiental incansable, defensor del planeta cuando apenas se hablaba de cambio climático, y un crítico feroz de la deriva política de Estados Unidos en tiempos de Donald Trump. En cada declaración pública y en cada proyecto, el actor se mostró fiel a una máxima: el arte debía tener un sentido transformador.
Su relación con España también forma parte de su historia: en los años sesenta vivió en Málaga y Mijas, un retiro que casi le aparta del cine para siempre, cuando pensaba dedicarse a la pintura. Finalmente regresó a Estados Unidos, aceptó protagonizar Descalzos en el parque y, desde entonces, no volvió a mirar atrás.
Su última aparición en pantalla llegó en Avengers: Endgame (2018), aunque antes ya había anunciado en varias ocasiones su retirada. En una entrevista concedida a El País ese mismo año, resumía con humildad lo que quería dejar como herencia: “Me gustaría ser recordado por todo el trabajo en televisión, cine y teatro, pero también por mi labor medioambiental”.
Con su muerte desaparece un ícono irrepetible que unió glamour, compromiso y rebeldía. Pero permanece la huella de alguien que entendió el cine como un espejo y, al mismo tiempo, como una herramienta para cambiar el mundo.


