Por Mohamed Jamil Derbah
Empresario turístico, presidente del Grupo de Comunicación Sol de Canarias, consejero especial del Primer Ministro de Guinea-Bissau y asesor internacional para países africanos.
Soldecanarias.net / Adeje
La reciente llegada de un cayuco a la isla de El Hierro, con mujeres y menores a bordo y con la sombra de varias muertes en alta mar, vuelve a poner en evidencia la gravedad de un drama humanitario que, lejos de remitir, se intensifica bajo nuestros ojos.
No estamos hablando de cifras. No son estadísticas. Son personas. Son niños que no llegan a los diez años. Son madres que se despiden de su tierra con la esperanza rota antes de pisar tierra firme. En este último cayuco, como en tantos otros, la tragedia se escribe en silencio, con cuerpos que desaparecen en el Atlántico sin nombre ni tumba.
Como empresario vinculado al desarrollo turístico sostenible, pero también como asesor con profundo conocimiento de la realidad africana, no puedo más que alzar la voz ante una evidencia dolorosa: la gestión migratoria actual fracasa porque se apoya más en el discurso que en la acción.
Mientras las administraciones públicas a nivel local, regional, estatal e incluso europeo— se pierden en mesas de diálogo interminables y notas de prensa huecas, los cayucos siguen llegando. Y lo seguirán haciendo mientras las causas estructurales la pobreza, la violencia, la falta de oportunidades no se aborden con la seriedad, cooperación y voluntad política que merecen.
Necesitamos menos discursos compasivos y más mecanismos reales de cooperación. Menos declaraciones públicas y más presencia institucional efectiva en origen. Menos criminalización de los migrantes y más inversión en canales legales, seguros y humanitarios de movilidad.
Desde Canarias vemos llegar a diario a quienes huyen no por ambición, sino por desesperación. Es momento de que el Estado, la Unión Europea y nuestros socios africanos trabajen con honestidad. Y para ello hay que invertir en desarrollo local, en educación, en empleo juvenil. Hay que dejar de mirar a África como un problema y empezar a tratarla como un socio estratégico.
Reclamo, como ciudadano y como profesional comprometido, una implicación firme, real y continuada. Porque cada cayuco que llega no solo lleva dolor, sino también una llamada a nuestra conciencia colectiva. Y cada menor perdido en el mar es un fracaso compartido que ninguna rueda de prensa puede justificar.


