Editorial / Opinion
Mohamed Jamil Derbah, consejero especial del primer ministro de Guinea-Bissau
La migración no es solo un desafío político o logístico; es, ante todo, un drama humano. Cuando se trata de menores migrantes no acompañados, hablamos de vidas marcadas por el desarraigo, la vulnerabilidad y la búsqueda de un futuro digno. Por eso resulta alarmante que en España este asunto haya quedado atrapado en una lucha política que olvida lo esencial: el sentido común y la humanidad.
Canarias se encuentra desbordada. Esta región, conocida por su hospitalidad y su capacidad de resiliencia, carga sola con el peso de recibir a miles de menores que cruzan una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo: la del Atlántico. Cada niño representa una historia de supervivencia frente a adversidades inimaginables, desde la violencia en sus países de origen hasta las duras condiciones de los viajes en embarcaciones precarias. Estos menores necesitan mucho más que techo y comida; necesitan protección, educación, apoyo psicológico y una oportunidad para integrarse en la sociedad.
El fracaso de las recientes negociaciones para repartir la acogida de estos niños entre las comunidades autónomas refleja una preocupante falta de solidaridad y empatía. Es incomprensible que algunas de las regiones más ricas y pobladas del país rechacen asumir su cuota de responsabilidad. El Partido Popular, bajo la presión de Vox en varias comunidades, bloquea cualquier avance, priorizando intereses políticos sobre las necesidades de los más vulnerables.
Pero este no es solo un problema de Canarias ni de España; es un desafío que atañe a Europa y a la comunidad internacional. La migración es una consecuencia de crisis globales: conflictos, desigualdad económica, cambio climático y regímenes opresivos. Los países de destino, como España, enfrentan las consecuencias directas de estas crisis, pero no pueden ni deben enfrentarlas solos.
La falta de un enfoque coordinado y humano convierte una emergencia gestionable en un caos deshumanizador. ¿Cómo puede Europa defender los valores de derechos humanos y solidaridad si sus estados miembros no logran ponerse de acuerdo en algo tan básico como ofrecer refugio a menores que lo han perdido todo?
Las soluciones existen. Es posible establecer un mecanismo justo para redistribuir la acogida de menores entre comunidades autónomas y países, basándose en criterios como la población, la capacidad económica y las infraestructuras disponibles. Pero estas soluciones requieren valentía política y liderazgo. Liderazgo para priorizar el bienestar de las personas sobre los cálculos electorales. Liderazgo para reconocer que la migración no es un problema a resolver, sino una realidad a gestionar con humanidad y eficacia.
Cada decisión que se toma tiene un impacto real en la vida de estos menores. Abandonarlos a su suerte, sin una respuesta coordinada, no solo agrava su sufrimiento, sino que envía un mensaje preocupante sobre los valores de nuestras sociedades.
Es hora de reflexionar y actuar con sentido común. Canarias no puede cargar sola con esta responsabilidad, y no debería hacerlo. Este es un momento para recordar que la solidaridad no es solo un ideal, sino una obligación moral. Ayudar a quienes más lo necesitan no nos debilita; nos fortalece como sociedad. Y si hay algo que no debemos olvidar, es que la humanidad comienza con un gesto de empatía.


