Una reflexión de Mohamed Jamil Derbah, consejero especial del Primer Ministro de Guinea-Bisáu, asesor de países africanos, empresario turístico en Tenerife y presidente-gerente del grupo de comunicaciòn Sol de Canarias.
Editorial / Adeje
Mohamed Jamil Derbah
Hoy más que nunca, en este momento tan delicado, quiero alzar mi voz como ciudadano, como empresario comprometido con Canarias, como asesor internacional, pero sobre todo como ser humano que cree firmemente en la solidaridad y en la defensa de la infancia.
Me duele profundamente ver cómo, a pesar de los avances legislativos, seguimos leyendo titulares que reflejan desencuentros políticos a costa de los menores migrantes no acompañados. No puede ser que, tras la aprobación de un reparto solidario, sigamos atrapados en debates estériles mientras miles de niños y niñas, que no tienen culpa alguna de las crisis de los adultos, esperan en condiciones muchas veces precarias una oportunidad para vivir con dignidad.
Estos menores no son una carga. Son seres humanos, frágiles, vulnerables, que han dejado atrás sus hogares huyendo de conflictos, pobreza extrema o situaciones que ningún niño debería padecer. No son «problemas» que se trasladan de una comunidad a otra; son vidas que merecen protección, educación, cariño y, sobre todo, un futuro.
Desde Canarias, que ha dado tantas lecciones de hospitalidad y humanidad, hacemos un llamamiento a todas las comunidades autónomas, sin distinción de color político. Hoy más que nunca necesitamos altura de miras. Necesitamos recuperar el espíritu solidario que inspiró los primeros acuerdos. Entender que la acogida no puede depender de vaivenes electorales, sino de un principio básico de justicia y humanidad.
La situación exige una respuesta conjunta, coordinada y generosa. España, como país, tiene la oportunidad de demostrar que sabe proteger a los más débiles. Que no se deja arrastrar por discursos de división y miedo, sino que apuesta por la dignidad humana como valor superior.
Desde mi experiencia asesorando a gobiernos africanos, sé bien que estos menores migrantes no son simplemente «inmigrantes»: son el rostro del futuro. Son chicos y chicas que, si les tendemos la mano, podrán convertirse en ciudadanos agradecidos, en profesionales formados, en personas que enriquecerán nuestra sociedad.
Mi petición es clara y sincera: actuemos ya, sin más dilaciones. Acojamos a estos niños con respeto y responsabilidad. Pongamos en el centro su bienestar, y no los cálculos políticos. Que el interés superior del menor no sea solo un principio legal, sino una práctica diaria.
Canarias, como tantas veces en la historia, ha sabido ser un faro de solidaridad. Confío en que todas las regiones sabrán estar a la altura de este desafío. Porque la verdadera grandeza de un país se mide en cómo trata a sus niños y a sus más vulnerables.


