La OTAN alerta de que Moscú estaría camuflando sistemas militares en cargueros sancionados para operaciones de espionaje y sabotaje en Europa
Soldecanarias.net / Redacciòn
En medio de la creciente tensión en el mar Báltico, la OTAN ha encendido las alarmas ante un nuevo movimiento de Moscú: el uso de su llamada flota fantasma, compuesta por petroleros y cargueros sancionados, como plataforma encubierta para operar drones militares. Estos buques, que ya navegaban en una zona gris de la legalidad para sortear las sanciones internacionales al comercio energético ruso, ahora aparecen vinculados a operaciones de guerra híbrida.
Buques civiles, funciones militares
La inteligencia occidental sospecha que varios de estos cargueros, que operan bajo banderas de conveniencia como Liberia o Panamá, han sido equipados con sistemas de lanzamiento y control de drones. El objetivo: espiar infraestructuras críticas, interferir en el tráfico aéreo civil y, en casos más extremos, ejecutar sabotajes en territorio europeo.
Los recientes cierres temporales del aeropuerto de Copenhague tras la detección de enjambres de drones no identificados alimentan estas sospechas. La primera ministra danesa ha admitido que “no se puede descartar” la responsabilidad rusa en estos incidentes.
La estrategia de la confusión
El mar Báltico se ha convertido en un tablero clave de la confrontación entre Moscú y la OTAN. El sabotaje a gasoductos y cables submarinos en la región ha demostrado lo vulnerable que es la infraestructura energética y digital europea. Al camuflar capacidades militares en buques civiles, el Kremlin busca explotar la incertidumbre: ¿es un simple carguero petrolero o una plataforma de guerra electrónica flotante?
Este patrón encaja en lo que analistas llaman operaciones de negación plausible: ataques o sabotajes que no pueden atribuirse de inmediato a un Estado, lo que complica la respuesta diplomática y militar de la Alianza Atlántica.
Operación Telaraña: un precedente
El uso de drones no es nuevo en la estrategia rusa. Hace apenas unas semanas, la llamada “Operación Telaraña” terminó con la destrucción de más de veinte bombarderos estratégicos en suelo ruso, tras un ataque coordinado con drones de largo alcance. Si bien aquel golpe habría provenido de Ucrania, evidenció tanto el poder como la vulnerabilidad de estas armas.
Ahora, al llevar esa lógica al mar Báltico, Rusia no solo amenaza objetivos militares, sino también civiles: aeropuertos, puertos, tendidos eléctricos y de comunicación.
La respuesta de la OTAN
Fuentes militares en Bruselas señalan que la Alianza ya ha intensificado el seguimiento satelital y naval de los buques sospechosos, y que se estudian contramedidas tecnológicas contra enjambres de drones. Sin embargo, la dificultad radica en la delgada línea entre lo civil y lo militar. Interceptar o inmovilizar un barco de bandera extranjera sin pruebas concluyentes podría desencadenar un incidente diplomático de gran escala.
La situación en el Báltico refleja el nuevo rostro de la guerra: una combinación de lo visible y lo invisible, donde un petrolero aparentemente inofensivo puede transformarse en un arma estratégica. Para Europa, la pregunta ya no es si Rusia volverá a atacar, sino cómo y desde dónde lo hará.


