*Manuel J.FG / Articulista
En la reciente controversia sobre la financiación autonómica singular para Cataluña, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha levantado una tormenta mediática con su retórica inflamatoria y populista. García-Page ha calificado las propuestas del Gobierno central como un “precio demasiado caro por mantener un puesto” y ha advertido que “la fiesta independentista la terminamos pagando entre todos”. Sin embargo, detrás de este discurso se percibe una estrategia más calculada y menos auténtica: un guion bien estructurado por la cúpula socialista en un juego de policía bueno y policía malo.
García-Page se presenta como el defensor de la igualdad y los valores progresistas, denunciando cualquier trato preferencial hacia Cataluña. No obstante, su oposición se queda en palabras, ya que en el ámbito legislativo, donde realmente se toman las decisiones, su influencia y acciones son limitadas. Si su preocupación es tan genuina, ¿por qué no lidera un movimiento dentro del PSOE para votar en contra de estas medidas en el Congreso de los Diputados? La respuesta es simple: su papel es generar ruido, desviar la atención y presentar una cara dura ante la opinión pública, mientras el partido sigue avanzando en sus negociaciones y pactos necesarios para mantenerse en el poder.
El discurso de García-Page, repleto de acusaciones sobre el gasto en “embajadas en el extranjero” y “propaganda para romper España”, busca provocar indignación y movilizar el resentimiento en Castilla-La Mancha. Sin embargo, estas afirmaciones no ofrecen soluciones reales ni constructivas. Simplifican un problema complejo y están diseñadas para resonar emocionalmente con su base electoral, sin abordar los verdaderos desafíos de la financiación autonómica.
La figura de Carles Puigdemont y la extrema derecha catalana es otra herramienta en su arsenal retórico. Al señalar que “no vamos a tragar con la extrema derecha de Puigdemont”, García-Page despersonaliza el debate y lo reduce a un enfrentamiento entre buenos y malos, desviando la atención de las cuestiones fundamentales sobre la distribución de recursos y la equidad territorial. Esta táctica es efectiva para polarizar y dividir, pero no para resolver los problemas subyacentes.
La crítica desde el PSOE de Extremadura también parece seguir este guion, con declaraciones firmes sobre la “negociación nunca podrá servir para enfrentar territorios”. Sin embargo, al igual que García-Page, sus acciones concretas en el ámbito legislativo son limitadas. Emitir comunicados y declaraciones públicas sin acompañarlas de acciones legislativas firmes es insuficiente. Si los socialistas extremeños realmente creen en la igualdad y la justicia social, deberían utilizar su influencia en el Congreso para frenar cualquier medida que consideren perjudicial.
Esta dinámica de policía bueno y policía malo parece diseñada para cubrir todas las bases: por un lado, el PSOE en el Gobierno puede avanzar con sus negociaciones y pactos necesarios para mantenerse en el poder, mientras que figuras como García-Page y los socialistas extremeños mantienen a su base electoral contenta con retórica dura y firme. Es una estrategia política bien conocida y efectivamente utilizada, pero que a largo plazo puede desgastar la credibilidad del partido y generar más desconfianza entre los ciudadanos.
En conclusión, la retórica de García-Page y las críticas desde el PSOE extremeño parecen ser parte de una estrategia calculada para manejar la opinión pública y mantener el equilibrio dentro del partido. Si realmente se oponen a las concesiones a Cataluña, tienen la responsabilidad de actuar en consecuencia en el ámbito legislativo. La demagogia y el populismo pueden ganar titulares y aplausos momentáneos, pero no resuelven los desafíos complejos que enfrenta España. La autenticidad y la coherencia en la política requieren más que palabras; requieren acciones decisivas y responsables.


