Por Mohamed Jamil Derbah;
Consejero Especial del Primer Ministro de Guinea-Bisáu
Soldecanarias.net / Adeje
El mundo ha sido testigo, una vez más, de una tragedia que no entiende de fronteras ni de nacionalidades. Cada año, miles de migrantes se arriesgan a cruzar mares y desiertos, arrastrados por la desesperación de huir de la pobreza, la violencia y las calamidades en sus países de origen. Las llegadas masivas a territorios como Canarias, y los horrores que se viven en la travesía, son solo la punta del iceberg de una crisis humanitaria global. Sin embargo, mientras el sufrimiento humano se agudiza, los discursos políticos siguen siendo dominantes, pero las acciones concretas aún brillan por su ausencia.
Es hora de pasar de las palabras a los hechos. Los gobiernos y las instituciones internacionales deben dejar de lado la parálisis de la retórica y enfrentar, de manera efectiva y coordinada, los desafíos migratorios que afectan a todas las partes implicadas.
La falta de acción tiene un precio
A lo largo de este año, hemos sido testigos de un fenómeno que va más allá de la migración: una tragedia diaria. Más de 22.000 migrantes han llegado a Canarias, y, según las cifras más recientes, 219 personas han perdido la vida en este proceso. Estas cifras son más que números; son vidas truncadas por la falta de soluciones reales.
Las autoridades locales en Canarias, como en muchas otras partes del mundo, se han visto sobrepasadas por la magnitud del problema. En lugar de recibir apoyo real de los gobiernos central, regional y europeo, las comunidades receptoras han tenido que afrontar solas el peso de una crisis humanitaria. Es evidente que el apoyo a nivel local no es suficiente cuando se trata de un fenómeno global.
Una crisis que afecta a todos
Esta tragedia no es solo responsabilidad de las naciones que reciben a los migrantes; su origen está en las profundas desigualdades globales, la pobreza y la falta de oportunidades en muchas regiones del mundo. Pero más allá de esa reflexión, hay una responsabilidad compartida entre todos los países, desde aquellos de donde provienen los migrantes hasta aquellos que los reciben, pasando por las grandes potencias que, con sus políticas económicas y comerciales, han alimentado las condiciones que dan lugar a esta crisis.
En este contexto, el drama migratorio nos afecta a todos. El sufrimiento de los migrantes no debe verse como un asunto aislado de las comunidades receptoras. Los desplazamientos masivos están alterando la vida de las personas tanto en los países de llegada como en los de origen. Las políticas migratorias y de acogida, las iniciativas de desarrollo y las estrategias de cooperación internacional deben estar alineadas de manera urgente para encontrar soluciones sostenibles que prioricen la dignidad humana por encima de los intereses políticos o económicos.
El momento de actuar es ahora
Las palabras de solidaridad, los acuerdos internacionales y las cumbres de presidentes no son suficientes si no se traducen en políticas concretas y en recursos tangibles. La crisis migratoria no puede ser vista como una cuestión que solo afecta a las islas del Atlántico o a las fronteras de Europa. El drama humano que se está viviendo en el Mediterráneo, en el Atlántico y en otras partes del mundo, debe ser entendido como una emergencia global.
Es urgente que las naciones trabajen en conjunto para modificar las leyes y políticas que perpetúan la desigualdad y la violencia. Se debe priorizar la cooperación internacional para garantizar una distribución equitativa de los migrantes y refugiados, crear vías legales para la migración, y mejorar las condiciones de vida en los países de origen.
La responsabilidad global no puede esperar
Es hora de que los gobiernos del mundo actúen con urgencia. La crisis migratoria es solo una manifestación de problemas más profundos que exigen soluciones a largo plazo. Las palabras de condena y las promesas vacías no son suficientes; necesitamos compromisos firmes, recursos y una verdadera voluntad política para cambiar la situación. El futuro de miles de personas, la estabilidad global y nuestra humanidad colectiva dependen de ello.
Es momento de dejar atrás los discursos y pasar a la acción. El sufrimiento humano no puede esperar más.


