Ereván acelera su giro estratégico mientras Moscú, Washington y Bruselas compiten por influencia en una región clave
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Desde la terraza del complejo de las Cascadas de Ereván, el Monte Ararat domina el horizonte como un recordatorio silencioso de la historia y las fracturas geopolíticas del Cáucaso. Pero más allá de la mitología y la estética, ese mismo paisaje resume la compleja disputa de poder que atraviesa hoy la región: una Armenia decidida a emanciparse del paraguas ruso, una Rusia que busca recomponer su esfera de influencia, unos Estados Unidos que tratan de capitalizar la diplomacia transaccional de la era Trump y una Unión Europea que avanza, aunque con titubeos, en su ambición de presencia estratégica.
Para Armenia, el giro no es menor. Tras décadas de dependencia militar y económica de Moscú, Ereván ha iniciado un proceso de distanciamiento que se ha intensificado desde el conflicto de Nagorno Karabaj y la inacción rusa frente a las ofensivas azerbaiyanas. Ese vacío ha empujado al Gobierno armenio a explorar nuevos equilibrios: mayor cooperación con Washington, una aproximación más profunda a Bruselas y un esfuerzo por diversificar alianzas para evitar quedar atrapado entre la presión rusa y la fuerza regional de Turquía y Azerbaiyán.
Rusia observa estos movimientos con incomodidad. El Kremlin, debilitado por su guerra en Ucrania y la erosión de su capacidad de proyección, no quiere perder un territorio que considera parte de su esfera histórica. Su diplomacia se esfuerza por mantener a Armenia dentro de su órbita a través de incentivos energéticos, amenazas veladas y recordatorios de la red de seguridad que, en teoría, ofrece la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva.
En paralelo, Estados Unidos aspira a aprovechar la coyuntura. La Administración Trump ha mostrado interés en redefinir su presencia en el Cáucaso desde una lógica pragmática: promover acuerdos económicos y energéticos que reduzcan la dependencia regional de Rusia y facilitar canales de diálogo que refuercen su rol. Para Washington, Armenia puede convertirse en un socio clave si logra consolidar su transición hacia una política exterior más abierta.
La Unión Europea, por su parte, se mueve con cautela pero con determinación creciente. Bruselas apuesta por programas de apoyo institucional, inversiones en infraestructuras y un acercamiento diplomático que busca estabilizar la región e impulsar reformas democráticas en Armenia. Sin embargo, sus dudas internas y la falta de una política común clara limitan su impacto.
El pulso en el Cáucaso, lejos de ser un conflicto congelado, se ha convertido en un tablero de maniobras en constante evolución. Armenia intenta redefinir su futuro mientras las potencias ajustan sus estrategias. En un territorio donde historia y geopolítica se entrelazan con intensidad, las decisiones de hoy tienen el potencial de redibujar el mapa de influencias de toda la región.


