Por Mohamed Jamil Derbah
Presidente del partido Fuerza Canaria en Arona, presidente-gerente del Grupo de Comunicación Sol de Canarias, consejero especial del Primer Ministro de Guinea-Bisáu y asesor internacional de países africanos.
La diplomacia-espectáculo fracasa otra vez mientras el mundo sigue esperando respuestas reales
La reciente cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska habría dejado, supuestamente, una impresión de avance diplomático. Trump la calificó de “tremendamente productiva”, pero muchos observadores coinciden en que se trató más bien de una operación de imagen que de una verdadera negociación efectiva.
Rusia parece mantener intactas sus posiciones en la guerra de Ucrania. El alto el fuego sigue siendo una promesa lejana. La cumbre, lejos de conducir a pasos firmes hacia la paz, habría servido, según algunos análisis, para romper el aislamiento internacional de Putin, más que para construir una solución duradera a un conflicto con gravísimo impacto humano, político y económico.
Las declaraciones de Trump en Fox News, al regresar de Alaska, apuntaron a que la resolución del conflicto dependería ahora de las concesiones que pudiera hacer Volodímir Zelenski. Esto, supuestamente, trasladaría la carga diplomática al presidente ucraniano, desdibujando el papel de Estados Unidos como mediador neutral. La reunión prevista entre Trump y Zelenski en Washington podría verse, según algunas lecturas, como una forma de presión política más que una oportunidad de equilibrio.
Europa, por su parte, ha quedado en segundo plano. La ausencia de líderes europeos en las conversaciones clave parece reforzar la percepción de que su influencia diplomática ha disminuido y de que no tiene un papel determinante en una guerra que ocurre, paradójicamente, en su propio continente.
Nadie esperaba, realmente, que Trump cumpliera su promesa de resolver la guerra en 24 horas. Pero la falta de una estrategia clara y su historial de decisiones imprevisibles hacen que las expectativas sobre una resolución liderada por Washington sean más bien inciertas. Las amenazas militares y declaraciones altisonantes han sido interpretadas como gestos simbólicos, sin un plan consistente detrás.
Rusia, por otro lado, estaría necesitando urgentemente un acuerdo estable con Estados Unidos. No solo para reposicionarse como potencia global, sino también para aliviar el impacto de una economía dañada por sanciones, guerra y caída de ingresos energéticos. Sin embargo, el interés de Estados Unidos en sacar provecho estratégico de esta situación parece, por ahora, limitado.
Como observador internacional y actor político, me preocupa profundamente esta dinámica. Las cumbres internacionales, lejos de representar puntos de inflexión, se han convertido —supuestamente en escaparates mediáticos que no resuelven los problemas estructurales del planeta. Prometen más de lo que entregan.
Vivimos en un mundo marcado por desequilibrios sociales y geopolíticos impuestos por estructuras de poder que rara vez rinden cuentas. Resulta difícil de aceptar que los principales actores globales no logren consensuar, ni siquiera, marcos básicos de entendimiento para evitar el sufrimiento de millones. Y mientras tanto, en foros internacionales, se repiten discursos sobre integración, multiculturalismo y cooperación global que, supuestamente, no encuentran su reflejo en políticas tangibles.
Desde Canarias, este tipo de cumbres también se perciben como alejadas de las necesidades reales de los territorios periféricos. El archipiélago, puente estratégico entre Europa, África y América, vive de forma directa los efectos de la desestabilización regional: presión migratoria, falta de cooperación efectiva con países vecinos, dependencia energética y vulnerabilidad económica. Y pese a ello, supuestamente, seguimos sin voz propia en estos grandes escenarios internacionales.
Todo esto ocurre mientras otros conflictos armados en África, en Oriente Medio, en el Sahel o en Asia activos y, en muchos casos, invisibilizados. Guerras que no generan titulares, pero que destruyen comunidades enteras. A esos dramas, las grandes potencias parecen dedicar apenas unos párrafos en sus comunicados. Supuestamente, no se actúa con la firmeza que cabría esperar ante tragedias humanitarias de tal envergadura.
Por eso, desde las Islas, y desde una posición crítica pero constructiva, se hace necesario exigir más compromiso real. Menos literatura diplomática y más intervención efectiva. No se trata de militarizar las soluciones, sino de no normalizar el abandono. Es tiempo de que las cumbres internacionales pasen de ser vitrinas políticas a espacios donde se adopten medidas concretas en favor de quienes más sufren. Porque el planeta y sus pueblos ya no pueden seguir esperando.


